miércoles, 21 de octubre de 2009

Los días más perfectos

"Nunca sabes que el día más importante de tu vida es el más importante hasta que lo vives. No reconoces el día más importante de tu vida hasta que estás dentro de él. El día que te entregas a algo o a alguien, el día que te rompen el corazón. El día que conoces a tu alma gemela. El día en que te das cuenta que no hay casi tiempo porque quieres vivir para siempre. Esos son los días más perfectos” (Izzie Stevens)

El día en que te das cuenta que quieres vivir para siempre... Quizá no sea un día, sino un instante. El segundo fugaz en que te percatas que no hay tiempo suficiente para estar con la gente que quieres, para estrechar en tus brazos a tus niños antes de darte cuenta que ya son hombres.
Un segundo en el que te aferras a tus padres para despedirte triste, porque sabes que ellos no van a estar allí para siempre.
Cuando besas a la personas que quieres y lo miras a los ojos, cuando te acuestas en su pecho y escuchas su corazón latir. Cuando te das cuenta q estás enamorada.
Cuando ayudas a alguien q estaba destruido, cuando te das cuenta que eres un ser humano. Cuando un sentimiento o una emoción te sacan de la inercia y puedes sentir la vida.
Ese es un día perfecto.

12/10 Conmemoración de un exterminio

*Las mayores atrocidades contra los indio se cometieron en el nombre de la Iglesia Católica

“Venid, venid extranjeros, a ver cómo cae el último hombre libre de estos montes” Esas son las palabras que le son atribuidas al cacique Guaicaipuro, héroe de la Resistencia Indígena venezolana, quien prefirió la muerte a doblegar su independencia y su libertad ante los invasores españoles.
Tras 517 años, es claro que aquel 12 de octubre de 1492 se inició un genocidio por parte de los españoles, quienes despojaron a los indígenas de sus tierras, los esclavizaron y destruyeron su cultura, al punto que los supervivientes apenas alcanzan hoy los 300 mil individuos en Venezuela, divididos en 28 etnias.
“El investigador estadounidense H. F. Dobyns ha calculado que un 95% de la población total de América murió en los primeros 130 años después de la llegada de Colón. Por su parte, Cook y Borak, de la Universidad de Berkeley, establecieron que la población en México disminuyó de 25,2 millones en 1518 a 700 mil personas en 1623, menos del 3% de la población original”.
El exterminio de la población indígena no se dio sólo por las armas. Millones de nativos murieron víctimas de tifus, sarampión, rubéola, viruela y fiebre amarilla que trajeron los europeos.

Llegaron a Los Teques buscando oro

En los Altos Mirandinos, la conquista fue iniciada en 1559 por Francisco Fajardo, hijo de español y una india, quien consiguió yacimientos de oro en la zona dominada por los indios Teques, los más aguerridos del país, comandados por el temible Guaicaipuro.
Parte de este yacimiento, de acuerdo al historiador Francisco Vargas, comprende la zona entre el sector San Corniel de La Matica y Carrizal.
Guaicaipuro, que no tenía casta real, fue electo cacique a los 20 años por sus compañeros del ejército. Paulatinamente, Guaicaipuro fue incorporando a su dominio a los Araguas, Maracayes y Cumanagotos hasta crear un vasto imperio. Urdió gran cantidad de ataques contra los asentamientos españoles en el Tuy y en la recién fundada Santiago León de Caracas, hasta que llegó el año 1568.
Ese año Guaicaipuro logró concentrar un ejército de más de 30 mil indígenas para atacar a Diego de Losada, que se encontraba en Caracas, pero un error táctico hizo que los indígenas se desbandaran y la conjura terminara en una aparatosa derrota para los nativos.

La muerte de Guaicaipuro

Después de eso, Losada juzgó por las leyes españolas a Guaicaipuro, quien fue a refugiarse a su bohío ubicado en lo que hoy es San José de los Altos. Lo acusó de violación y asesinato y ordenó su captura.
La comisión encargada de detenerlo, al no poder entrar al bohío, le prendieron fuego. Guaicaipuro salió entonces lanzando golpes, pero fue alcanzado por múltiples balas de fusil, muriendo en el lugar. Su cabeza fue clavada en una pica y colocada en un camino de acceso a Caracas como recordatorio de lo que le pasaría a los indígenas que pelearan por su libertad.
Sin embargo, continuaron los alzamientos, lo que degeneró en mayores crueldades. Al cacique Sorocaima, quien siguió a Guaicaipuro en el mando de los indios Teques, lo torturaron cortándole lentamente la mano; otros 23 caciques de la región central son condenados a muerte y la sentencia fue ejecutada por otros indios que ya estaban en servidumbre.
La muerte se dio por el horrible método del empalamiento, que consistía en introducir gruesas estacas de madera por el recto, cuyas puntas afiladas atravesaban los intestinos y las entrañas hasta salir por el cerebro.

Erradicación de la cultura

Acompañada de estas acciones, se llevó a cabo la desaparición de la cultura. La mayor parte de los dialectos y las religiones autóctonas fueron erradicados y el castellano y la religión católica fueron impuestos a través de las encomiendas.
Los españoles dudaban que los indígenas fueran seres humanos y por ello les negaron sus derechos a conservar sus tierras. Además, como llegaban de Europa sin cargas familiares, muchos saciaron sus apetitos sexuales cometiendo actos de violencia contra las mujeres indias.
En lo que se refiere a los negros traídos de África, se calcula que al menos 60 millones fueron secuestrados y embarcados a América, pero sólo 10 millones sobrevivieron el viaje.
Aparte de esto, hubo un saqueo de los recursos naturales, al exportarse a España toneladas de oro, plata y piedras preciosas.

El precio del progreso

En contraste, hay quienes defienden la teoría de que era un precio a pagar por el desarrollo que trajeron los europeos, ya que los indígenas vivían en la Edad de Piedra. No conocían la rueda, el metal ni los caballos. Los españoles introdujeron además las armas de fuego, la imprenta, el calendario, la arquitectura, la ingeniería civil, los astilleros, los conocimientos en matemática, medicina y astronomía, entre otros avances.
Llevaron además al resto del mundo los alimentos que constituyen hoy la dieta del 75% de la humanidad y que antes sólo se conseguían en América: papa, maíz, tomate, aguacate, cacao, batata, vainilla, pimiento y tabaco.

En nombre de Dios

Eduardo Galeano resume la colonización y la conquista con estas palabras “Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso. Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve”.

Fuentes: Francisco Vargas, Ildefonso Leal. Wikipedia.

Rafael del Naranco

"Siempre es fácil matar al mensajero. El reportero o la reportera sólo llevan, tan liviano como un suspiro, bolígrafo, papel, grabador o cámara. Y ahí se alza, en medio de la trifulca, exponiendo la vida por una misión muy por encima de sus propias fuerzas de hombre o mujer común, aunque no lo sea, pues al final tiene la irresponsabilidad de un loco, la templanza de un cuerdo, la valentía del deber por encima del propio miedo, y esa ingenuidad de creer que vale la pena jugarse la existencia por algo tan poco definido como el derecho a informar.

Y todo, a cuenta de agitarse en la sangre una efusión incontrolada deseosa de indagar la verdad, aún a sabiendas de ser siempre ella la primera víctima de los bárbaros de la intolerancia".

En el abismo de la vida

Nietzche decía que tener fe era nso querer saber la verdad. He pensado tanto en estos días las consecuencias de eso en mi vida ahora que pareciera que no creo en Dios.
Y en estos días esa forma de pensar me ha pasado factura. Cuando no tienes un referente, una religión, un código ético, la flexibilidad de lo que es correcto y de lo que no lo es, la forma de conducirte en la vida, se vuelve confusa, vaga, sin sentido.
Eso que Sartre llamaba la Náusea. Ese despertarte al abismo de la vida sin ningún significado, eso experimento ahora, cuando trato de encontrar, como decía García Márquez, ese rincón del alma en que se me pudrieron los afectos y no todos, uno en particular, la fe en que Dios existe.
Ayer hablaba con mi amigo, quien está perfectamente convencido, al igual que yo, que ese ser sobrenatural y todopoderoso no existe y escuché sorprendida cómo me decía: “Yo no creo, pero tengo fe”. Es lo que me dice todo el tiempo mi madre “Yo creo en Dios porque hay que creer en algo” y siempre reduje esa frase a una expresión de infinita cobardía existencialista, hasta que amaneció hoy.
Rezo para tener fe. Esa es toda la gracia que pido. Pido la gracia de la ignorancia, la bendición de ver el mundo a través del espíritu. Creer que esto tiene sentido, de alguna manera, y dejar de repetir convencida que nuestros sentimientos, nuestros amores, nuestras pasiones, nuestras luchas, nuestros recuerdos y nuestros conocimientos, esos segundos preciosos que dura una sonrisa, no son más que impulsos eléctricos y químicos viajando por nuestro cuerpo para podrirse sin trascendencia con nuestro cerebro cuando llegue la muerte.
Qué perpectiva tan desoladora. ¿Cuál es la receta para la encontrar la paz, el término medio donde habita la esperanza sin necesidad de convencernos de cosas que son mentiras?
¿Dónde se encuentra la fe?

domingo, 27 de septiembre de 2009

V I N I L O y Casete

En mi casa aún existían los pick ups cuando empecé a dar mis pasos en el mundo. Amontonando polvo y a modo de bilbioteca o mesa, esos reductos del pasado me causaban fascinación. 
Extrañaba, así soy, una época que ni siquiera había vivido, y de la cual estaba separada por años de realidad cotidiana y tecnología.
Cuando crecí y estaba en el liceo, grababa mis canciones favoritas en casetes. Apenas me percaté cuándo comencé a comprar CD's, cuándo empecé a querer un celular, cuándo la vida se me convirtió en un efímero enviar y recibir mensajes.
Los teléfonos grandes del principio, los primeros Nokia, se fueron volviendo compactos. Atrás dejé la pantallita azul, comencé a tomar fotos, a grabar videos. 
Me vi envuelta en la fiebre de vivir para Facebook, de recurrir a Twitter, de saberlo todo, instantáneamente.
Entonces veo quisiera regresar a la época en que era "inlocalizable", en la que nadie andaba con un celular todo el día, en que las fotos se revelaban por rollos y se guardaban en albums olorosos a naftalina.
Regresar al mundo en que había que ponerse a desenrollar casetes que luego sonaban como un borracho de ultratumba. Regresar a lo orgánico, a lo sencillo. Al mundo donde hay olores, a ese que está lleno de historias para contar, incluso a ese que jamás vivimos, como el mundo de las vitrolas.